Eran las nueve de la noche, y acababa de llegar a casa. Me disponía a darme una ducha, y de repente sonó el telefonillo. Ya estaba aquí. No me había dado tiempo a nada, pero estaba emocionado. Bueno, mas que emocionado, estaba nervioso.
Abrí la puerta, y la salude con un casto beso en la mejilla. Ella se sonrió, y entro en casa. Comenzamos a preparar la cena y mientras ella terminaba de preparar todo, me di una ducha. Era una noche especial. Una de esas noches con las que sueñas, pero nunca llegan. Esta vez había llegado.
Estaba radiante, con un vestido precioso y un escote de infarto.
Tras salir de la ducha, me vestí para la ocasión. Algo que no había hecho nunca para cenar en casa. Terminamos de preparar la cena, y mientras nos bebíamos una cerveza y charlábamos, prepare la mesa. Todo tenia que estar en su sitio.
Nos pusimos a cenar y seguimos hablando de todo lo que nos iba pasando en el trabajo, en la vida, en el amor..., y mientras terminábamos de cenar, recordamos buenos momentos. También malos, pero esos, siempre los olvidas con mas facilidad.
Tras la cena, nos sentamos en el sofá a tomarnos un cubata. Seguimos hablando, y conforme pasaba el tiempo, nos íbamos acercando mas y mas. Al final, sus labios tocaron los mios. Los dos sabíamos que ese momento llegaría. Tarde o temprano, pero llegaría. Me levanté del sofá de un salto, y fui a mi habitación. Tenía un juguete para ella. Puso cara de sorpresa cuando la vio, pero quería abrirlo para jugar con él. Eran unas bolas chinas.
Dejamos los cubatas en la mesa, y se desato la pasión. Nos tumbamos en el sofá y comenzamos a besarnos. Besos en los labios, en el lóbulo, en el cuello, en el pecho, en el ombligo... Nos fuimos a la cama. Le quite el tanga con suavidad mientras lamia su sexo. La tumbe en la cama y empezó a retorcerse de placer. Se estaba poniendo húmeda, muy húmeda. Cada vez que mi lengua la tocaba, sus muslos se cerraban oprimiendo mis sienes. Introduje las bolas, y comenzó a moverse con más velocidad. Moviendo las bolas en su interior y disfrutando locamente. Me levanto la cabeza, y me tumbo boca arriba. Comenzó a lamer mi cuerpo, desde la cabeza a los pies. Su lengua recorrió mi cuerpo con un leve roce de su lengua. Introdujo mi pene en su boca y comenzó a jugar con su lengua. Lo lamia de arriba a abajo, una y otra vez, dando suaves mordiscos en el glande. Mi cuerpo se estremecía, con unos escalofríos como si estuviese helado, pero estábamos calientes, muy calientes, ardientes. Sacó las bolas de su interior, se incorporó, y pasó una de sus piernas por encima de mi cuerpo. Nos besamos, y se sentó encima de mi falo, introduciéndolo en su vagina. Se movía arriba y abajo y con cada uno de los movimientos de su pelvis, nos llenábamos de placer. Sus pechos, duros y firmes, se movían al ritmo que ella marcaba. Arriba, abajo, arriba, abajo. Los agarre con firmeza, y ella se agarro a mis manos. En medio del coito, nos giramos y ella se puso debajo. Sus piernas abrazaron mi cuerpo y me apretaba con cada una de mis acometidas. Dentro, fuera, dentro, fuera. Así una y otra vez hasta que llegamos al orgasmo, esa explosión de placer bestial, que a nadie deja indiferente. Fue casi simultaneo el momento en que sus gemidos se convirtieron en gritos, y todo mi calor, salia de mi cuerpo.
Tras el orgasmo, seguimos un rato mas unidos. Moviendo nuestros cuerpos mientras nos besábamos y lamíamos. Nos tumbamos uno enfrente del otro, abrazados, sintiéndonos amados. Así estuvimos un gran rato, hasta que nos quedamos dormidos.
Al despertar, descubrí que no había sido un sueño. Todo había sido realidad y ella seguía dormida a mi lado, como un ángel salido del mismo cielo. Que despertar más maravilloso. Quiero despertar junto a ella todos los días de mi vida. Me encantaría vivir todas las cosas que pasen hasta mi muerte junto a ella. No se si seré el hombre de su vida, pero estoy seguro, que ella es la mujer de la mía, y que eso no lo puedo cambiar. Mi corazón le pertenece.