
Hace ya unos cuantos días que comenzó la temporada de sidrerías, pero aún no la habíamos estrenado. Este glorioso sábado, disfrutamos de uno de estos maravillosos lugares.
El sábado, nos fuimos a Urnieta, un pueblo cerca de Hernani, en Gipuzkoa. Fuimos allí a dejar nuestras pertenencias en la pensión que habíamos reservado. Teníamos toda la pensión para nosotros, puesto que eramos 20 personas. Ni más ni menos.
Tras dejar todo en la pensión, cogimos cuatro coches, y nos dirigimos a Astigarraga, lugar donde se encontraba la sidrería. Nada más entrar, el recibimiento nos lo hizo un gran costillar de chuletones, de esos que quitan el hipo, que deberían pesar alrededor de 1 kg. Eran 10 las "cupelas"(para los no conocedores, las "cupelas", son los barriles donde se guarda la sidra y desde la que se consume). No era una sidreria de las autenticas, puesto que estaba demasiado bien acondicionada y teníamos bancos y todo para sentarnos. Sin sentarnos, lo primero era coger los vasos, y comenzar la degustación del sabroso líquido. Poco a poco, fuimos probando todas y cada una de las cupelas. A mi me gustaban más las que teníamos más cerca, puesto que eran un pelín más ácidas que las demás.
Comenzamos a comer la tortilla de bacalao, que estaba muy pero que muy jugosa. Después de esto, sacaron lomos de bacalao fritos con pimientos verdes. Tras ello, vino el plato fuerte. Esos maravillosos y jugosos chuletones que nos gritaban COMEME, y así lo hicimos. Dimos buena cuenta de 8 de ellos. El postre, fueron nueces con queso y dulce de membrillo. Este es el típico menú de sidrería, en el cual esta incluida la barra libre de sidra.
Tras la comida, nos fuimos a la parte de abajo a tomar unos cubatas, y de ahí, de juerga a Hernani. Por el camino, sufrimos algún que otro accidente sin importancia, del cual nos reímos abundantemente. Tras unas cuantas horas de juerga, nos fuimos a la pensión a dormir la moña que nos habíamos agarrado, pero esos detalles los reservo para la intimidad.
A la mañana siguiente, me desperté como si tuviese una fábrica de clavos en mi cabeza. ¿Cómo algo tan vacío puede doler tanto? no lo entiendo. Acto seguido, ducha, y armarme de valor a que me llevasen a por el coche, que lo habíamos dejado abandonado en la sidrería. Nos llevaron a todos los conductores a por los coches, y volvimos como pudimos a la pensión. Tras un pequeño desayuno, y recoger todo lo que quedaba por la leonera en la que convertimos la habitación, pusimos rumbo a casa.

La tarde de ayer fue espesa, medio dormido en el sofá, y pasando las horas tratando de ignorar los muchos dolores que me atacaban.
Merece la pena ir a una sidrería y disfrutar de la comida y de la bebida. Os lo recomiendo a todos los que leáis estas lineas.
TXOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOTX.